—Bueno, Antonio, vamos a ver qué tal se te
da —sugirió sin más, Andrés.
—¿Cómo dice, uste?
—Que hoy te voy a cambiar de tarea.
Al escuchar aquellas palabras, su rostro se
iluminó. «Bien…, ya era hora, por fin!» —se
dijo a sí mismo y, cómo si de un acto reflejo se tratase, comenzó a saltar,
cerrando los puños y agitando reiteradas veces las manos: dejando evidencias de
su notorio regocijo.
—¿Y qué tengo que hacé?
—De momento, vete preparando un cubo con
agua.
Un par de minutos tardó en posicionarse frente a la
puerta.
—Ya estoy, ¿ahora qué más?
—Sígueme —indicó el encargado.
Y, tras recorrer unos metros, se detuvieron
junto a un Renault Ondine que el día anterior había sido dejado enmasillado de
manera rústica por el propio Andrés; dejando adrede protuberancias de un color
rojo oxido.
«¡Jodé!, parece una vaca con tantos
colorines» —pensó al verlo.
—No quiero prisas, quiero perfección
—recalcó Andrés—. Así es que no pierdas más tiempo y camina.
—¿Por dónde empiezo?
—Por donde tú quieras; pero recuerda que, tiene
que estar listo en un par de días.
Antonio comenzó la tarea con brío y
entusiasmo y, mientras tanto, el encargado se dejaba caer por allí de vez en cuando.
—¿Qué tal voy, señó Andrés?
—Bien, bien. De momento vas bien, tú sigue así.
Animado por las palabras de este, siguió el
resto de la tarde con decisión y firmeza.
El martes, el día comenzó con alegría al
igual que Antonio, pero a medida que fueron pasando las horas, los ademanes que
reflejaban los actos del aprendiz de chapista llamaron su atención.
—¿Te ocurre algo, hijo? —preguntó al llegar junto a él, Andrés.
—No, no me pasa nada —mintió.
—¿Estás seguro?
—Bueno, sí. Es que no sé si me va a dá
tiempo a terminá hoy.
—No te preocupes por eso, hijo, y, recuerda
que: Zamora no se ganó en una hora.
—No sé qué quiere usté decí con eso.
—Que tú estés tranquilo y que cada cosa
requiere su tiempo.
—Ya, pero como usté dijo que…
—Tampoco hagas caso a todo lo que veas u
oigas en la vida, ni trates de tomártelo todo al pie de la letra: conque se vea
en ti que tienes interés y cumplas, será más que suficiente. ¡Hala!, dejémonos
de tanta cháchara, que aquí se viene a trabajar.
Al finalizar la jornada, se sintió
satisfecho porque pudo lograr su objetivo. A partir de aquel día, la empresa
contaba con la posibilidad de que en el futuro se convirtiese en un buen
profesional…
Llegó el otoño, y en Plasencia, cómo en
cualquier otro lugar del mundo, este no afecta a todos por igual. «¡Jodé! Vaya
mierda de trabajo. Con lo bien que estaba yo con el señó Jacinto, ¿quién me
mandaría a mi cambiarme? Todo el p... día aquí de rodillas; metiendo y sacando
la mano en el p... cubo, y venga a darle que te pego a la p… lija».
El mes de diciembre se hizo presente sin que
nadie reparase en ello y este comenzó con lluvias, cómo era habitual por
aquellas fechas en Plasencia.
Aquel año, las cosas fueron bastante
distintas para la familia Hinojal-Sánchez por el hecho de que, quien se
encargaba de gobernar y dirigir al grupo, no terminaba de reponerse. Motivo por
el cual, no se festejasen las Fiestas Navideñas como habían venido celebrándose
desde tiempo atrás. Las vivieron en familia; pero sin grandes acontecimientos,
aunque no por ello dejaron en ningún momento de manifestar el amor que se
profesaban. Aquel año, el centro de todas las atenciones y agasajos recayeron
en la persona de Manuela:
—Qué suerte he tenío en la vida: mi familia
es lo más grande que m'ha podío toca —soltó
a voz de pronto.
—Nosotros sí que vamos tenío suerte de
encontrá una mujé como tú, cariño —dijo en representación de todos, el
patriarca, sin poder contener su emoción.
Después de cenar, entre abrazos y besos, se
fueron despidiendo unos de otros. Manuela se encontraba indispuesta y alterada
por las efusivas muestras de cariño recibidas por su clan, al final, en
compañía de José, Azucena y Antonio presenciaron a través del televisor la misa
del Gallo y un poco después se retiraron a descansar.
Llegó el 31 de diciembre y cómo siempre, se
reunieron todos los hijos para pasarlo en compañía de sus progenitores. Después
de cenar, tomar las uvas y felicitarse unos a otros se despidieron. «¡Feliz Año
Nuevo y que Dios nos dé salud para reunirnos otro año más!» —Esas palabras y
anhelos fueron las más utilizadas por todos y cada uno de los miembros de la unida
y extensa familia.
Y así fue pasando el tiempo, hasta que una
noche, a eso de las dos, tras escuchar un aparatoso e improvisto ruido, se
despertaron.
—¿Qué ha pasao? —preguntó José, al tiempo
que se levantaba de la cama y al observar que allí no estaba—: Manuela, Manuela
—gritaba mientras trataba de localizarla.
Al llegar junto al cuarto de baño, se
encontró con esta caída sobre el suelo y se arrodilló junto a ella.
—Cariño, cariño, ¿te pasa algo?...
Despierta, despierta —decía al tiempo que le propinaba unas palmaditas en la
cara.
—¡¿Qué pasa, papa?! —expresaron al unísono
Antonio y Azucena desde el comedor.
—Rápido, rápido, pedí socorro —sollozó
envuelto en un amasijo de nervios.
Alarmado por el revuelo, salió al rellano
Evaristo, el vecino de enfrente.
—¡¿Qué pasa José?! —dijo al tiempo que tiraba del cordón y se
introducía en la vivienda. Frente a él se encontró, llorando y abrazados a los
dos hermanos, y un metro más adelante, a la entrada del baño, con José.
—Manuela, Manuela que s'ha caío y no viene
en sí —dijo sin más.
Evaristo regresó a casa y, tras descolgar el
teléfono e indicar la situación y el lugar dónde se encontraban, retornó junto
a la desdichada familia.
—Tranquilo, tranquilo, que ya viene la
ambulancia de camino.
José levantó la cabeza y mirándole a los
ojos, entre lágrimas, con un gesto hacia los lados, negó reiteradas veces.
Veinte minutos después, llegó el escandaloso
vehículo. El alboroto emitido por este y el lastimero aullido de los perros propició
que el vecindario se despertase y alarmados comenzaron a asomarse por las ventanas.
«¡¿Qué pasa?!, ¡¿qué ha pasao?!... No sé, no
sé, hay una ambulancia pará en el portal
del pescaó» —decían unos y otros sin salir de su asombro. Algunos, interesados
por la familia y otros, por curiosidad, comenzaron a hacerse presentes en la
calle.
A los cinco minutos de haber llegado el
equipo médico, tras comprobar que las constantes vitales eran nulas y que no
existía reflejo alguno a las estimulaciones.
—Lo siento amigo, nada más puedo hacer por
ella —dijo el doctor, a la par que trataba de reincorporarse.
Pasados un par de minutos, este rellenó el
parte de defunción: Manuela Sánchez Elvira... edad: 54, hora de la muerte: 2:10 día 10 de enero de 1975... causa
posible: muerte súbita postinfarto de miocardio.
Ante la imprevista situación, la familia por
entero sufrió un fuerte shock emocional durante días… Antonio fue cediendo paso
al desaliento y a la desidia, sin ser consciente de la realidad. Llegando
incluso a negarse a comer, a no levantarse de la cama, a no querer acudir a
trabajar… Su padre y hermanos hacían todo cuanto creían oportuno para tratar de
sacarle del bache. Un día, tras llevarle obligado al médico de cabecera, este
lo reenvió al especialista en psicología y, tras realizarle unas preguntas y
observar su semblante.
—Su hijo tiene una depresión tan grande como
un caballo —dictaminó coloquialmente el psicólogo, sin que le temblase ni la
voz ni un solo músculo de su fornido cuerpo.
—¿Pero se pondrá bien, verdá, doctó ?
—preguntó angustiado, José.
—Lo primero que hay que conseguir es que
coma, quiera o no quiera —recalcó—. Después, se tomará estas pastillas de la
misma forma... y, sí, creo que saldrá de ella; pero solo, con el paso del
tiempo.
El invierno fue acaeciendo parsimonioso y
desanimado; pero tras la crudeza de este,
llegó la primavera —Sí, esa que
cuando llega, hasta la sangre nos altera...—, y con el advenimiento de esta el
campo se fue vistiendo vertiginosamente con sus mejores galas, con lindos
colores y fragancias cómo cada año: con ella todo comienza su ciclo productivo;
la primavera es cómo el resurgir después de la derrota, cómo el aquí no ha
pasado nada… Antonio fue recuperándose muy poco a poco y, un día pareció
resurgir desde ultratumba:
—Buenos días papa, tengo algo que contarle.
—Dime, hijo mío, dime —susurró apenas José.
—He pensao, que, cómo el mes que viene
cumplo 18…
—Sigue, hijo. Cuéntame, ¿qué has pensao?
—¿Qué le parece a usté, si me alisto de
voluntario?
—¡¿Voluntario?! ¿A qué?
—A la mili papa…, a qué va a sé
—Bueno, hijo —expresó llevándose la mano a
la cabeza para recolocarse la visera—, ¿y qué quieres que te diga?
—Ya, se lo he preguntao, papa.
—Y con el trabajo, ¿qué vas a jacé?
—No se precupe usté por eso, papa. Ahora
mismo voy a ir a hablá con el señó Andrés, estoy seguro que lo entenderá.
—Está bien, hijo, cómo tú quieras… Eso
úrtimo q'has dicho, m'ha gustao mucho, hijo… Si vas a dir ahora, cógete el amoto…,
mira la hora que es —dijo señalando con su dedo índice sobre el diminuto reloj
de pulsera, que este había heredado de su esposa.
—Gracias, papa.
—Y, no te enrrees mucho allí, que también
ellos tién que dirse pa casa.
—No se precupe, papa, que enseguia vengo,
¿qué tenemos hoy pa comé?
—Patatas a lo pobre y de segundo enguilas
cómo a tí te gustan, con bien de tomate.
Al llegar al taller, Sultán comenzó a dar
saltos de alegría y se dirigió al encuentro con el recién llegado. Andrés, al
observar la actitud del viejo y fiel guardián, siguió tras sus pasos, extrañado
por el comportamiento del animal y al coincidir, casi al mismo tiempo, en la
línea que separa lo público de lo privado.
—¡Hombre!, que alegría me acabas de dar,
hijo.
—Buenos días señó Andrés… no sé si se
alegrará usté tanto cuando sepa pa lo que he venío.
—Cuenta, hijo, cuenta.
—Pos, mire usté. Vengo para decirle que me
preparen la cuenta.
—¡Ah!, es eso. No te preocupes, hijo, sé que
esto llegaría tarde o temprano, pues últimamente he notado que no eras el mismo
de siempre. La verdad es que me da pena que te vayas; pero aún te quedan muchos
años por delante y estoy seguro que algún día encontrarás el lugar donde te
encuentres a gusto.
—Entonces…, ¿no se enfada usté conmigo?
—¡No, por Dios, hijo!, y me alegro mucho de que hayas podido salir
adelante. ¿Y ahora qué vas a hacer?
—Me voy de voluntario a la mili.
—¡Muy bien! ¿Quién sabe, igual allí…? Para
lo de la cuenta, tendrás que esperarte al menos una semana, ¿te parece bien?
—Sí.
Tras pasar al interior y despedirse de todos los compañeros, regresó
junto a la puerta, e hincó la rodilla derecha en tierra al llegar junto a su
fiel compañero.
—No te precupes mi niño, vendré a verte de
vez en cuando —susurró al oído, sin poder evitar que sus ojos y mejillas se
inundasen... Sultán, sin pensárselo, comenzó a lamer las saladas gotas que
discurrían por el rostro del entristecido Antonio. Este, al salir, se despedía
del animal agitando la mano derecha. El anciano y noble animal prorrumpió con
un largo y variado gruñido, apenas sin abrir las fauces, para despedirse de su
estimado amigo y, un par de minutos después, se introdujo en el taller, se
tumbó en el suelo y, tras cruzar las patas delanteras una encima de otra, sobre
estas apoyó su hocico al tiempo que inspiró y exhalo un profundo suspiro,
cerrando los ojos: en vano, trató de dormir.
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