domingo, 2 de noviembre de 2014

Capítulo II Episodio 19

   Un viernes, a última hora de la tarde, en la oficina.
   —Señó Emiliano, ¿da su permiso?
   —¡Adelante! Antonio.
   —¿Me puedo cogé un día de vacaciones?
   —Sí claro ¡Cómo no!
   —Es que tengo que ir a Cáceres pa comprarme algo y…
   —¿Para cuándo quieres el día?
   —¿Puede sé mañana?
   —Bien, por esta vez de acuerdo; pero, de aquí en adelante, cuando tengas previsto alguna otra cosa: me lo haces saber con más tiempo.
   —Muchas gracias, señó Emiliano.
   —No hay de qué, Antonio.
   A la mañana siguiente, a eso las siete, tras accionar la puesta en marcha del vehículo, con las ideas claras y el rumbo prefijado, se desplazó hasta la capital de provincia. Al llegar a Cáceres, aparcó el automóvil prácticamente a las afueras de la ciudad y continúo a pie deambulando por esta, hasta que, preguntando a los viandantes, logró situarse frente a la puerta de un gran almacén donde se podía adquirir cualquier artículo relacionado con la acampada y los deportes al aire libre y, una vez en el interior, después de comparar precios y modelos, se decantó por una de tamaño familiar, seis plazas además del porche y, tras realizar el pago, echándosela sobre el hombro, regresó hacia el lugar donde había dejado estacionado el vehículo.
 Pasada la noche en vela, tras levantarse y desayunar, cogió todos los bártulos y, echándolos al maletero del vehículo, emprendió el camino hacia la Isla del Pirata, como él la llamaba y, una vez allí, después de fumarse varios cigarrillos y, tras un par de intentos frustrados,  por fin, dos horas más tarde se jactaba al contemplar realizada la idea que le había surgido tiempo atrás, estando de maniobras.


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