domingo, 2 de noviembre de 2014

Capítulo II Episodio 3


Apenas hacía una hora que había amanecido, Antonio bajó a la calle portando una pesada caja azul de chapa repleta de herramientas y, tras depositarla en el suelo, comenzó a reconstruir una bicicleta con los restos encontrados en la fructifica expedición, sin darle mayor importancia a la diferencia de tamaño que existía entre la rueda delantera y la trasera. Una vez  ensamblados los elementos, llevándola agarrada del manillar cogió carrerilla y, dando un salto, se montó sobre ella y, después de dar varias vueltas alrededor de la plazuela, comprobó que, además de la extraña sensación de ir siempre cuesta abajo, resultaba incómodo tener que llevar el cuello todo el tiempo como si estuviese mirando hacia arriba. Poco a poco fueron apareciendo por allí los incondicionales y al ver el invento, quisieron experimentar la sensación que les causaría el conducir el peculiar vehículo y, mientras estos disfrutaban, dirigió sus pasos hacia la acacia donde tenía encadenada la vieja Orbea y, tras liberarla, cogió un martillo de la caja de herramientas y comenzó a aflojar las palomillas de la rueda trasera, después, arrastró la caja  hacia él, extrajo una llave inglesa y  aflojó las tuercas que unían el portamaletas con el cuadro:
   —¡Venga, bajaros!, qué me s'ha ocurrio otra idea. Moreno, agarra esta bici y tenla recta        —ordenó—: «y tú —dijo dirigiéndose a Pedro—: trai la otra.
   Y, una vez que la tuvo a su alcance, retiró la rueda pequeña.
   —¡¿Qué vas a hacé,  Antonio?! —indagó desconcertado, Pedro.
   —Ahora enseguía lo verás.
   Ensambló las dos bicicletas y, subiéndose él en la Orbea y Pedro en la de la parte de atrás, comenzaron a pedalear por las inmediaciones de la plazuela acompañados en todo momento por el griterío y el entusiasmo de quienes seguían tras ellos, como siempre, al trote. Un rato después, organizó los grupos y los turnos para que todos gozasen del tándem por igual hasta que llegó la hora de irse a comer.
   Por la tarde, Lucía, Rocío y un par de amigas acudieron a la cita concertada con Antonio, al haber coincidido las dos primeras con él, a mediodía, en el portal.
   —Hola, buenas tardes —dijeron estas al llegar.
   —Antonio, ¿qué es eso tan importante que querías enseñarnos?  —consultó Rocío.
   —Pasa, mi niña, verás lo que hemos traío.
   —¡¿Qué pasa, Antonio?!, ¿las demás no podemos entrar? —dijo con retintín Lucía.
   —Sí, claro… ¡cómo no!
   —Cómo has dicho, pasa mi niña…, creí que era solo para Rocío.
   —¡Venga, venga!, entra y cállate un rato ¡anda! ¡Qué protestas más que una cochina recién paría!
   La puerta intermedia permanecía cerrada a cal y canto, Antonio se situó a un lado de esta y al abrirla: «Tata-chan, tachan» —gritó. Frente a ellos, al fondo de la estancia, llamaba la atención un gastado y encarnado sofá de escay; al centro, bajo una mesa camilla había un modesto y oxidado brasero con su alambrera y badila correspondiente, y circundando a esta tres barnizadas y oscuras sillas de madera; a la derecha, un colorido baúl rematado con franjas de brillante y dorado latón y sobre este una arañada y maltrecha maleta de madera:
   —¡Hala, que chulo! —exclamó Rocío—. Me recuerda a la casa que tiene mi agüela en el pueblo.
   —Supongo que nos podremos sentar, verdad? —inquirió, con cara estirada, Lucía.
   —¡Pos, claro! Pa eso está…, bueno, pa eso y, también, pa jugá —respondió Antonio.
  —¿Aquí vamos a jugar ?..., ¿a qué?
   —Bueno. La verdá es que solo nos meteremos aquí…, en caso que llueva o haga mucho frío.
   —¡Venga!, vámonos ya —instó Lucía, al resto de amigas—, que lo que teníamos que ver, visto está.
   Tras la visita, el anfitrión se dio por satisfecho. No solo porque les había gustado la decoración del lugar; sino que además, estas habían aceptado de buen grado ir allí a jugar. El resto de la tarde, sus fieles vasallos y él mismo, la pasaron correteando y brincando como las cabras montesinas por los alrededores hasta que comenzó a anochecer y, tras despedirse hasta el día siguiente, cada uno de ellos se fue para casa tan contento como un tamborilero en día festivo.



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