domingo, 2 de noviembre de 2014

Capítulo III Episodio 5

El martes, amaneció radiante. Padre e hijo se encontraban junto a los soportales, conversando con un conocido, disfrutando de la templanza proporcionada por los rayos del sol aquella mañana del mes de febrero. Algo del escaparate de la tienda de souvenirs llamó la atención de Antonio:
   «¡Vaya, esto me viene que ni al pelo!» –pensó mientras accedía al interior del local.
   —Buenos días.
   —Hola, buenos días —respondió con voz suave la joven que estaba tras el mostrador—. ¿Puedo ayudarle en algo?
   —Sí. He visto algo que m'ha gustao y quisiera llevármelo, si es posible.
   La chica le acompaño hasta la calle y él señaló con el dedo índice lo que le interesaba.
   —Sí, puedes llevártelo. Es  muy original y tiene buena aceptación entre el público... La semana pasada se vendieron muchos —explicó la rubia y simpática dependienta.
   —Envuélvemelo en papel de regalos, por favó.
   Tras abonar el importe, salió portando una bolsita de papel.
   —¡Ea!..., ¿es que es el cumpreaños de anguno de la familia y  me s'ha pasao, hijo?             
   —No, papa. Esto es para otra cosa —respondió sin más.
   Dieron un par de vueltas más por el mercado, se tomaron unas cañas y, a eso de las dos, se marcharon a comer. Por la tarde, cómo venía siendo habitual, fueron a jugar a las cartas y después de cenar, tras despedirse de su padre y hermana, se encarriló directamente hacía el club.
   —¡Vaya, sí que pareces formal! —manifestó Teresa, al tiempo que le dedicaba una explícita mirada.
   —Perdón, ¿cómo dices?
   —Qué eres un hombre de palabra.
   —¿Y eso a qué viene?
   —Porque…, ayer, al marcharte, dijiste «hasta mañana», y ¡Aquí estás!
   —Me apetecía tomá una copa y, ¿a ónde mejó que aquí?
   —¡Ah! Eso está muy bien y, además, es señal de que te ha gustado el ambiente que  se respira.
   —Bueno…, eso y, por qué no decirlo, pa verte a ti.
   —Pues gracias por lo que me corresponde, ¿te apetece un JB?
   —Sí, claro. Pero, también, me gustaría que aceptases este pequeño detalle —dijo al tiempo que la ofrecía el obsequio.
   —Cómo no ¡Faltaría más! —profirió visiblemente emocionada.
   Después de agradecerle reiteradas veces y darle un par de besos en las mejillas por aquel inesperado regalo, Teresa guio sus pasos hasta la caja registradora y depositó en un receptáculo luminiscente una coqueta rosa de tela roja, en la que colgaba una diminuta etiqueta:
 «Con todo mi cariño para ti», escrito a mano por Antonio.
   —Manoli, encárgate de la barra —dispuso Teresa, antes de servirse un Gin tonic y pedirle a Antonio que la acompañase hasta una de las mesitas que estaban predispuestas para que los clientes obtuviesen un poco más de tranquilidad e intimidad.
   —Bueno y qué te cuentas —preguntó Teresa, tratando de romper el silencio, al tiempo que se ponía cómoda recostándose sobre el acogedor sofá.
   —Pos, la verdá es que ahora mismo m'he quedáo sin palabras. ¿Qué quieres que te cuente?
   —No sé…, digamos que me gustaría saber de ti. Así es que tú mismo… Te diré que no tengo prisa y que puedes comenzar por dónde  te apetezca.
   Antonio retrocedió en el tiempo hasta su más tierna infancia, Teresa le escuchaba embelesada y entre aventuras y risas llegó la hora de cerrar sin que estos fueran conscientes del transcurso del tiempo. Pepe llevaba más de media hora en el local, e incluso había hecho caja y pagado a las chicas. Al encender este las luces de cierre y apertura, Teresa y Antonio regresaron a la realidad, sintiéndose como unos chiquillos que han sido descubiertos haciendo algo que les estuviese prohibido.
   —¡Vamos! qué ya va siendo hora de salir del país de la maravillas —exclamó con tono despectivo Pepe.
   —¿Algún problema? —inquirió, enarcando la ceja izquierda, Teresa.
   —No, de momento ninguno.
   —Pues, tengamos la fiesta en paz —respondió, bajando un tono la voz, tratando de controlar la situación
   —Disculpe usted don Pepe, la culpa es mía. 
   —Tranquilo chaval. Puedes dirigirte a mí solo por mi nombre. De todas formas mi enojo no tiene nada que ver contigo. Solo trato de evitar tener problemas con las autoridades y, para ello, he de cumplir con el horario de cierre.
   —Bueno, pos siendo asín no les entretengo más. Qué tengan buenas noches.
   —Adiós Antonio —articuló Teresa desde el interior del cuarto que utilizaba para cambiarse de ropa.
   —Hasta mañana Susana —gritó, a la par que apartaba los cortinajes para salir.
   El miércoles, dando por hecho que este se presentaría en el club, ya que recordaba que al despedirse dijo «hasta mañana», Teresa esperaba la visita del apuesto joven; pero este no dio señales de vida en toda la semana.
   «¿Habrá cogido miedo a ̔don Pepe̕ ?» —pensó, sintiéndose decepcionada.


No hay comentarios:

Publicar un comentario